Gallopinto
Blanca Enfedaque
Una moto con la luz apagada sigue a un
coche hasta la casa de la familia Dihani. Desde el coche salta un flash.
Medidas de seguridad, por si acaso. En el coche viaja una delegación observadores
internacionales que se encuentra en el Aaiun para asistir al juicio de Loumadi
Abdessalam, un activista acusado de tirar un coctel molotov a un coche de
policía*.
Es la noche antes de la vista, la
delegación visita la casa de los padres y hermanos de Mohamed Dihani, un joven
saharaui al que Marruecos secuestró y torturó en cárceles secretas. Con 26 años fue raptado en la fiesta de
bienvenida de su primo Brahim, que pasó seis meses en la cárcel por reivindicar
la independencia del Sahara Occidental en una discusión en un tren. A Mohamed,
altos cargos de las fuerzas de seguridad marroquíes trataron de convencerle de
que reivindicara ataques de bandera
falsa. Es decir, atentados que ellos iban a cometer en nombre de una
supuesta célula yihadista de Al Qaeda, con supuestos vínculos con el Frente
Polisario. Ese era el precio para parar la tortura y las violaciones. Una
oferta que Dihani supo rechazar porque, además de suponer una traición a su
Pueblo y a su causa, no le granjeaba la libertad. Hoy sigue en una cárcel, esta
vez oficial, y sabe que no está solo.
En su casa, sus hermanos y primos reciben
a los invitados aragoneses. Son altos, de ojos redondos y pómulos sonrientes.
El salón de la casa es un ir y venir de jóvenes con darrah (túnica masculina saharaui). Algunos, ya conocidos de viajes
anteriores, entonces eran niños en pantalón corto, hoy presumen de suave bigote
y visten largas camisolas de hombre.
La madre, con suma amargura, relata cómo
hace unas semanas el director de la cárcel los llamó y anunció su liberación. Mohamed
aseguró que sin su abogado no iría a ninguna parte, con miedo a sufrir un
traslado a una cárcel secreta o a una desaparición. Al igual que un gato juega
con un ratón antes de comérselo, haciéndole creer por un momento que le va a
soltar justo antes de hincarle el diente, las fuerzas de ocupación confunden a
los presos y a sus familias. Es una estrategia de desgaste más.
Traen una pirámide de fruta: en la base,
naranjas; primer piso, manzanas; coronado por plátanos y yogures, y todo bien
apuntalado con film transparente.
“Cuando secuestran a un familiar, es como
si te secuestraran a ti mismo”, aseguran.
Uno de los hijos,
Mahyub, está enfermo. Es el hermano mayor y tiene una crisis psicológica
grave, sobre todo cada vez que pasa un coche o llaman a la puerta. Sufre
angustia y miedo a ser atacado por sorpresa en la calle.
El padre, Abdel Mulah, siempre intenta ocultar el miedo. Pero a veces se
despierta a las dos de la mañana, abre las puertas, enciende la luz y se pone a
contar hijos como loco.
Mahyub entra y sale. Cojea. Está
nervioso, se lava las manos. A él trataron de secuestrarle con el mismo coche
con el que detuvieron a Mohamed. Piensa que Mohamed fue secuestrado por su
culpa y, ese pensamiento fue el que le empujó a saltar desde una azotea para acallar
su mente atormentada. El intento de suicidio fue desde un tercer piso, se
fracturó la espalda y tuvieron que llevarle a Marrakech a que le pusieran un
hierro en la espalda.
“El primer choque cuando secuestran a un
familiar es que te sientes frente a TODO un Estado. Nunca imaginamos que íbamos
a tener problemas como estos. La injusticia, el desbordamiento que te invade te
hace sentir sumamente vulnerable”.
“Tener a un familiar preso afecta mucho a
la economía”. Abdel Mulah no es rico, pero hasta entonces había vivido
cómodamente gracias a su trabajo. Ha disfrutado de buena comida, ropa de
calidad y hasta ahora había podido pagar educación superior a sus hijos. Pero
el proceso de Mohamed está agotando los ahorros. “Con los delitos comunes hay
mucha corrupción. Si pagas 6000 euros puedes librarte de la cárcel. Es un
dineral, pero se puede reunir”. Engañados por esta idea, además de trabajar con
la asociación, la familia Dhani trató de tocar todas las puertas. Perdieron
miles de euros. Un padre desesperado puede hacer cualquier cosa. No olvidemos
que en los primeros meses, el paradero de su hijo era desconocido. No fue hasta
su negativa a participar en el maquiavélico plan del ataque de bandera falsa cuando
le trasladaron a la cárcel de Temara.
*El juicio fue un ejemplo más del absurdo
de la justicia marroquí. Siendo la acusación de atentado contra la autoridad,
la pena solicitada por el procurador podía alcanzar la pena de muerte.
Los tres testigos, policías marroquíes,
aseguraron no reconocer al acusado, y, aun así, sin ninguna prueba que lo
inculpara, se ha prolongado su encarcelamiento durante diez meses.
El pasado 17 de septiembre, Amnistía
Internacional reportó un caso de tortura colectiva en la cárcel Negra de El
Aaiun. Entre las víctimas se encontraba Loumadi Abdessalam.
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