Las
violaciones de derechos humanos no cesan mientras Naciones Unidas sigue
sin dotar a su misión de paz de competencias en esta materia.
Por
Irene Alconchel/El Aaiún (Sáhara Occidental)
La presencia de un policía en el interior del
autobús desvela a los viajeros. El vehículo se detiene en Tan-Tan, en el
sur de Marruecos.“¿Profesión?, ¿Destino?”, pregunta el agente,
“arquitecta y profesora. Nos dirigimos a El Aaiún”. El resto del pasaje
se inquieta, previendo que la presencia de extranjeros va a dilatar el
viaje. Un hombre susurra en perfecto español: “Buscan periodistas, aquí
no son bien recibidos”. A partir de entonces, los controles se repiten
en cada población, cada vez más largos; cada vez más detallados. Tener
pasaporte español no es una buena carta de presentación para entrar en
el Sáhara Occidental. Sólo hay algo peor: ser periodista, una profesión
que a menudo garantiza una expulsión inmediata del territorio. En El
Aaiún, agentes del servicio secreto marroquí aguardan a los viajeros;
les dan la bienvenida a la última colonia de África.
A las puertas del Café Ibiza, numerosos policías de paisano esperan
a Brahim Dahane. Pero ni la vigilancia constante, ni las torturas, ni
los largos periodos que este activista ha pasado en prisión le han
arrebatado su serenidad. Dahane recuerda cómo, con 22 años,en 1988,
agentes marroquíes lo secuestraron durante las manifestaciones de
recibimiento a la MINURSO, la misión de Naciones Unidas para el
Referéndum del Sáhara Occidental. El activista pasó cuatro años
desaparecido, sufriendo todo tipo de torturas. Dahane ha entrado y
salido de la cárcel en otras dos ocasiones, en 2005 y 2009.Su historia
es el paradigma de la de muchos militantes saharauis; encarcelados,
maltratados y sometidos a todo tipo de vejaciones. Aún hoy en día, 500
personas originarias de la que fue colonia española hasta 1975 siguen
desaparecidas.
El dolor de este pueblo, su ansia de justicia nunca satisfecha, es
un aspecto de la memoria histórica que el doctor en Psicología Carlos
Martín Beristain ha recuperado en un exhaustivo informe en el que se
recuerda que, con el Derecho Internacional en la mano, España “es
todavía potencia administradora” del territorio que Marruecos ocupa
desde hace casi 38 años.
En su obra El Oasis de la Memoria, Beristain recoge 261 testimonios
que ilustran la violación de derechos humanos “invisibles a los ojos
del mundo” en los territorios ocupados por Marruecos en 1975. Uno de
estos testimonios es el de Dahane, que rememora su paso por prisión: “Lo
que más me dolía era escuchar a las mujeres cuando metían perros en sus
celdas. No te puedes imaginar el dolor, el desprecio, la injusticia y
la desesperación que puedes vivir y la esperanza o el deseo que tienes
de morir allí. Yo creo que si no fuera por la prohibición del suicidio
en la religión lo hubiera hecho”.
Las violaciones de derechos humanos en el Sáhara Occidental han
cambiado, pero nunca han cesado. Beristain precisa que “la estrategia de
represión empleada por Marruecos ha ido depurándose con los años,
aunque la militarización del territorio, las detenciones arbitrarias, la
tortura y la represión continúan”.
Una esperanza frustrada
Desde principios
de 2013 en los cafés, en los encuentros familiares y en las reuniones de
activistas en el Aaiún sólo se hablaba de una cosa; de la esperanza por
fin firme de que Naciones Unidas vigilara los derechos humanos en el
Sahara Occidental. Las visitas a la zona del enviado especial de la ONU,
Christopher Ross, junto a la insólita iniciativa impulsada por Estados
Unidos para que el Consejo de Seguridad dotase a MINURSO de esta
competencia, devolvió momentáneamente el optimismo a los saharauis. Pero
la diplomacia marroquí quebró esta esperanza por enésima vez,
consiguiendo que la administración norteamericana se echara atrás y
retirase su propuesta que, por otro lado, nunca fue respaldada por
Francia ni España. Este nuevo revés ha reafirmado a los saharauis en que
la única salida para su tierra es el referéndum de autodeterminación,
el mismo que Marruecos quiere evitar a toda costa.
Hartos de la ocupación y de sus consecuencias, miles de saharauis
han protagonizado estas últimas semanas manifestaciones masivas. El
inicio de estas protestas coincidió con las visitas de Ross (en
noviembre de 2012 y marzo de este año). Los saharauis fueron duramente
reprimidos por policías de paisano. Algunos resultaron heridos. “Si con
el enviado de las Naciones Unidas presente se atreven a mostrar esta
cara, imagina lo que nos hacen a escondidas”, alerta Othman Endur,
expreso político saharaui que ha documentado el allanamiento de casas
por parte de la policía en busca de activistas.
Durante años, los saharauis que vivían bajo ocupación marroquí
habían salido a la calle en contadas ocasiones. Sin embargo, relata
Endur, “con la intifada de la independencia en 2005 se rompió el miedo, y
con Gdeim Izik [el campamento que hasta noviembre de 2010 albergó a
unos 20.000 saharauis que reclamaban derechos económicos y sociales] se
terminó el silencio”. Endur afirma que, pese a estos dos hitos,
reivindicar derechos sigue entrañado muchos riesgos en el Sáhara. “Aun
así”, concluye, “lo seguiremos haciendo, porque no tenemos nada que
perder”.
Desde que España abandonara precipitadamente la que fuera su
colonia han pasado casi cuatro décadas. Cerca de 38 años de un conflicto
que ha dividido a los saharauis entre los campamentos de refugiados en
Argelia y los territorios ocupados por Marruecos. Pese a todo, los
saharauis no se resignan y aguardan el referéndum de autodeterminación,
un derecho que nunca han podido ejercer pese a haberles sido reconocido
por la ONU. Marruecos ha torpedeado la celebración de la consulta,
proponiendo como única salida una autonomía. Mientras permanecen a la
espera de poder pronunciarse sobre el futuro de su tierra, los saharauis
denuncian que Marruecos y otros países están expoliando riquezas como
los fosfatos y los bancos de pesca.* La Marea (edición papel mes de junio de 2013)
Fotografías Equipo Mediático
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