miércoles, 19 de junio de 2013

La ONU ampara de nuevo la represión en el Sáhara

Las violaciones de derechos humanos no cesan mientras Naciones Unidas sigue sin dotar a su misión de paz de competencias  en esta materia. 
Por Irene Alconchel/El Aaiún (Sáhara Occidental)

La presencia de un policía en el interior del autobús desvela a los viajeros. El vehículo se detiene en Tan-Tan, en el sur de Marruecos.“¿Profesión?, ¿Destino?”, pregunta el agente, “arquitecta y profesora. Nos dirigimos a El Aaiún”. El resto del pasaje se inquieta, previendo que la presencia de extranjeros va a dilatar el viaje. Un hombre susurra en perfecto español: “Buscan periodistas, aquí no son bien recibidos”. A partir de entonces, los controles se repiten en cada población, cada vez más largos; cada vez más detallados. Tener pasaporte español no es una buena carta de presentación para entrar en el Sáhara Occidental. Sólo hay algo peor: ser periodista, una profesión que a menudo garantiza una expulsión inmediata del territorio. En El Aaiún, agentes del servicio secreto marroquí aguardan a los viajeros; les dan la  bienvenida a la última colonia de África. 
A las puertas del Café Ibiza, numerosos policías de paisano esperan a Brahim Dahane. Pero ni la vigilancia constante, ni las torturas, ni los largos periodos que este activista ha pasado en prisión le han arrebatado su serenidad. Dahane recuerda cómo, con 22 años,en 1988, agentes marroquíes lo secuestraron durante las manifestaciones de recibimiento a la MINURSO, la misión de Naciones Unidas para el Referéndum del Sáhara Occidental. El activista pasó cuatro años desaparecido, sufriendo todo tipo de torturas. Dahane ha entrado y salido de la cárcel en otras dos ocasiones, en 2005 y 2009.Su historia es el paradigma de la de muchos militantes saharauis; encarcelados, maltratados y sometidos a todo tipo de vejaciones. Aún hoy en día, 500 personas originarias de la que fue colonia española hasta 1975 siguen desaparecidas. 
El dolor de este pueblo, su ansia de justicia nunca satisfecha, es un aspecto de la memoria histórica que el doctor en Psicología Carlos Martín Beristain ha recuperado en un exhaustivo informe en el que se recuerda que, con el Derecho Internacional en la mano, España “es todavía potencia administradora” del territorio que Marruecos ocupa desde hace casi 38 años. 
En su obra El Oasis de la Memoria, Beristain recoge 261 testimonios que ilustran la violación de derechos humanos “invisibles a los ojos del mundo” en los territorios ocupados por Marruecos en 1975. Uno de estos testimonios es el de Dahane, que rememora su paso por prisión: “Lo que más me dolía era escuchar a las mujeres cuando metían perros en sus celdas. No te puedes imaginar el dolor, el desprecio, la injusticia y la desesperación que puedes vivir y la esperanza o el deseo que tienes de morir allí. Yo creo que si no fuera por la prohibición del suicidio en la religión lo hubiera hecho”.
Las violaciones de derechos humanos en el Sáhara Occidental han cambiado, pero nunca han cesado. Beristain precisa que “la estrategia de represión empleada por Marruecos ha ido depurándose con los años, aunque la militarización del territorio, las detenciones arbitrarias, la tortura y la represión continúan”.

Una esperanza frustrada
Desde principios de 2013 en los cafés, en los encuentros familiares y en las reuniones de activistas en el Aaiún sólo se hablaba de una cosa; de la esperanza por fin firme de que Naciones Unidas vigilara los derechos humanos en el Sahara Occidental. Las visitas a la zona del enviado especial de la ONU, Christopher Ross, junto a la insólita iniciativa impulsada por Estados Unidos para que el Consejo de Seguridad dotase a MINURSO de esta competencia, devolvió momentáneamente el optimismo a los saharauis. Pero la diplomacia marroquí quebró esta esperanza por enésima vez, consiguiendo que la administración norteamericana se echara atrás y retirase su propuesta que, por otro lado, nunca fue respaldada por Francia ni España. Este nuevo revés ha reafirmado a los saharauis en que la única salida para su tierra es el referéndum de autodeterminación, el mismo que Marruecos quiere evitar a toda costa.
Hartos de la ocupación y de sus consecuencias, miles de saharauis han protagonizado estas últimas semanas manifestaciones masivas. El inicio de estas protestas coincidió con las visitas de Ross (en noviembre de 2012 y marzo de este año). Los saharauis fueron duramente reprimidos por policías de paisano. Algunos resultaron heridos. “Si con el enviado de las Naciones Unidas presente se atreven a mostrar esta cara, imagina lo que nos hacen a escondidas”, alerta Othman Endur, expreso político saharaui que ha documentado el allanamiento de casas por parte de la policía en busca de activistas.
Durante años, los saharauis que vivían bajo ocupación marroquí habían salido a la calle en contadas ocasiones. Sin embargo, relata Endur, “con la intifada de la independencia en 2005 se rompió el miedo, y con Gdeim Izik [el campamento que hasta noviembre de 2010 albergó a unos 20.000 saharauis que reclamaban derechos económicos y sociales] se terminó el silencio”. Endur afirma que, pese a estos dos hitos, reivindicar derechos sigue entrañado muchos riesgos en el Sáhara. “Aun así”, concluye, “lo seguiremos haciendo, porque no tenemos nada que perder”.
Desde que España abandonara precipitadamente la que fuera su colonia han pasado casi cuatro décadas. Cerca de 38 años de un conflicto que ha dividido a los saharauis entre los campamentos de refugiados en Argelia y los territorios ocupados por Marruecos. Pese a todo, los saharauis no se resignan y aguardan el referéndum de autodeterminación, un derecho que nunca han podido ejercer pese a haberles sido reconocido por la ONU. Marruecos ha torpedeado la celebración de la consulta, proponiendo como única salida una autonomía. Mientras permanecen a la espera de poder pronunciarse sobre el futuro de su tierra, los saharauis denuncian que Marruecos y otros países están expoliando riquezas como los  fosfatos y los bancos de pesca.

* La Marea (edición papel mes de junio de 2013)
Fotografías Equipo Mediático

Un inaceptable doble rasero



MINURSO, acrónimo que significa Misión de Naciones Unidas para el referéndum en el Sahara Occidental y que recuerda el objetivo de la creación de este operativo de NU en 1991: organizar el referéndum que permitiese al pueblo saharaui ejercitar su derecho a la autodeterminación. “La descolonización y el derecho a la autodeterminación no son afirmaciones subjetivas, ideológicas o simples deseos (Yahia H. Zoubir)”. Un derecho reconocido a los saharauis internacionalmente desde 1963 y reafirmado por todas las resoluciones de NU hasta la actualidad. Sin embargo, desde que en diciembre de 1999, la MINURSO estableció la lista provisional de electores, Marruecos ha bloqueado la continuación del proceso.
Hoy las patrullas de la MINURSO se limitan a controlar el alto el fuego, con un presupuesto anual actual de 58,4 millones de dólares y unos 213 efectivos. Ban Ki-moon se “queja” de que “la misión carezca de autoridad para prevenir o corregir los incumplimientos” y de la “erosión gradual de la autoridad de la MINURSO y, por tanto, del prestigio que goza en su zona de responsabilidad”. Neutralidad comprometida por el hecho de que su sede en El Aaiún, habitualmente, se encuentra rodeada por banderas marroquíes o la exigencia de Marruecos de que los vehículos de NU circulen con matrícula marroquí. En 2012, Ban denunció el espionaje marroquí de las comunicaciones de la MINURSO.
Lo peor de todo es que es la única misión moderna de NU entre cuyas funciones no se encuentra la supervisión de los derechos humanos. Todos los años cuando se renueva su mandato la esperanza es que se dote a la misión de esta atribución. Este año, EEUU anunció que apoyaría la iniciativa, lo que provocó una reacción airada de Marruecos que llegó a suspender unas maniobras militares conjuntas entre ambos países. Finalmente, el 25 de abril, no se incorporó el monitoreo de los derechos humanos. En cambio, ese mismo día se estableció para Malí la MINUSMA, mediante otra resolución del Consejo de Seguridad, incluyendo la vigilancia del respeto de los derechos humanos. La resolución que renueva la MINURSO no adopta medidas para avanzar en el referéndum ni en la supervisión de los derechos humanos. Resulta inaceptable esta doble vara de medir de la diplomacia. Más allá de la tradicional inoperancia onusiana, las causas del mantenimiento de esta situación son los consabidos equilibrios y alianzas geoestratégicas que condicionan las decisiones del Consejo de Seguridad favoreciendo a un Marruecos temeroso de que las reivindicaciones saharauis resulten imparables. El alto el fuego de 1991 se acordó con miras a la celebración del referéndum, un proceso que no tendrá garantías mientras el ocupante invasor pisotee los derechos humanos ante la indiferencia de unos cascos azules carentes de competencias para investigar la vulneración de los derechos humanos. 

* Luis Mangrané Cuevas
Edición papel La Marea, junio 2013

lunes, 10 de junio de 2013

“Gdeim Izik es la mayor victoria que hemos tenido en el Sáhara Ocupado”

Entrevista Pikara Magazine

Por Blanca Enfedaque

Tras participar en el “campamento de la dignidad”, Mbarka Essouahe y su marido fueron acusados de asesinato. Juntos emprendieron una huida que duró dos años. Ahora les separan 25 años de condena.

 

Mbarka Essouahe nació hace 29 años en El Aaiún y se crió en un territorio abandonado por España y ocupado a la fuerza por Marruecos. Fuerza bruta, militar, de puños y botas, fuerza de insultos y amenazas. Pero en octubre de 2009 Mbarka plantó una de las miles de jaimas que a 12 kilómetros de El Aaiún forjaron el campamento de la dignidad: Gdeim Izik. El primer campamento indignado. Como dice Noam Chomsky, “la chispa que prendió la mecha de la primavera árabe”. Mbarka fue la única mujer miembro del Comité de Diálogo, una célula de interlocución con el Gobierno marroquí para trasladarles sus exigencias.
En la madrugada del 8 de noviembre de 2010, el ejército marroquí barrió el asentamiento, entrando con armas, gases lacrimógenos y todo terrenos. Tras el brutal desmantelamiento de Gdeim Izik, Mbarka se convirtió en una prófuga. Acusada de asesinato, se vio obligada a dejar atrás a sus dos hijas y emprendió junto a su marido una huida que le llevó a esconderse durante dos años en el desierto, en guaridas de contrabandistas o incluso en una azotea durante varios meses, como una Anna Frank del desierto.
Su historia ha pasado desapercibida porque pertenece a un pueblo en el que el dolor y la violencia son algo demasiado cotidiano. Los dos años de angustia concluyeron con una condena de 25 años para su marido, El Bakay El Arabi, mientras que las acusaciones contra ella se archivaron misteriosamente. Con el mismo sigilo con el que llegaron.
Nos encontramos en un hotel de Rabat. Essouahe vive en un piso compartido con otros muchos familiares de presos políticos saharauis en el barrio de Salé, para estar cerca de la cárcel donde encerraron a sus seres queridos. Pese a su juventud, tiene unos ojos duros que acumulan sufrimiento. Llega envuelta en una melfa vistosa, pero con unos pliegues que sólo he visto en mujeres que han vivido en el desierto. Cubre su barbilla con una especie de persiana de tela que puede tapar su boca y su nariz ante una tormenta de arena inesperada o simplemente para desaparecer a voluntad.





¿Cómo llegaste a formar parte del Comité de Diálogo de Gdeim Izik? ¿Fue tu primera experiencia política?
La mayoría de los saharauis crecemos inmersos en el debate político. Tras un proceso de selección me escogieron a mí, también para atender las necesidades de las mujeres y ser su altavoz. Había otros grupos de trabajo: sanidad, seguridad, logística, limpieza, sensibilización… pero el Comité de Diálogo era el órgano más político.
¿Y conseguisteis vuestro objetivo? ¿Pudisteis trasladar vuestras demandas?
Nuestras demandas eran y son estas: denuncia de la marginación a la que nos someten, denuncia del saqueo de nuestros recursos naturales y exigencia política de iniciar un proceso de autodeterminación e independencia. Pero primero nos enviaron a un comité militar y luego a las figuras…
¿Figuras?
Si, nosotros les llamamos maniquís, estatuas… son los saharauis que colaboran con el ocupante y trabajan para él. Pero nosotros queríamos un comité ministerial con contacto directo con el rey. La contraparte negociadora debía ser competente y tener poder. Al final logramos reunirnos con el ministro de Interior, Taieb Cherkaoui.
¿Se imaginaban que podía llegar a haber un desmantelamiento como el que hubo? ¿Cómo recibieron la noticia del asesinato de Nayem Elgarhi?
Si. Por supuesto que nos imaginábamos que podían entrar por la fuerza. La muerte del niño de 14 años incrementó la tensión y la desconfianza. Pero no es una novedad que Marruecos asesine a un saharaui. Eso ha ocurrido muchas veces antes y después de Gdeim Izik. Son muertes en vano porque siguen sin tomarnos en serio.
Tendrá muchos recuerdos de esa noche…
La jornada anterior habíamos acompañado al hospital a otro miembro del Comité y, al regresar, unos policías rompieron los cristales de nuestro coche. Por eso, al volver al campamento tuvimos una disputa en el control policial porque no nos dejaban pasar con las ventanillas así. Al final conseguimos entrar y, tras una ronda para comprobar que todo estaba tranquilo, me fui a dormir con mi marido. A las cuatro de la mañana nos despertamos asustados y sorprendidos. Fuimos de los últimos en abandonar el campamento.
Marruecos argumenta que hubo ataques a agentes.
Sí, por supuesto que hubo enfrentamientos. La gente estaba dormida, les atacaron mientras algunos estaban semidesnudos, quitándoles las esterillas en las que dormían… ¿Qué íbamos a hacer? Se llama defensa propia.
¿Qué supuso emocionalmente Gdeim Izik para los habitantes de los Territorios Ocupados?
Según mi experiencia, Gdeim Izik es la mayor victoria que hemos tenido en el Sahara Ocupado. Es lo más grande en lo que he podido participar.
¿Fue ese el secreto del éxito de Gdeim Izik precisamente? ¿La amplia participación?
No. El pueblo saharaui, tras mucha presión y muchas humillaciones, se quitó el miedo. Los primeros días, las primeras jaimas que llegaron se ponían muy juntas, ¡pegadas de miedo!
*
En mitad de la entrevista suena su teléfono móvil. Es una llamada de parte de su marido, desde la cárcel de Salé 2. Tiene los dedos de un pie fracturados. Le pregunto cómo se lo hizo y contesta con mirada dura “estaba nervioso y le dio una patada a la pared de la celda”.
Aprovecha el paréntesis y nos muestra un vídeo. En él aparece El Bakay por la noche en el desierto, (la badía, como dicen los saharauis), fumando un cigarrillo relajado, escuchando la radio, mesándose la barba. Quiero saber cuántas veces ha visto ese vídeo desde que en septiembre le encarcelaron. “Siempre, a todas horas”, reconoce, bajando por primera vez los ojos.
¿Cómo empezó su huida?
Nos llegó información de que habían detenido a nuestro compañero Mohamed Bouriar. Había rumores de que iban a ir a por todos los miembros del Comité. Mi marido se escondió, y yo no sabía dónde estaba. Efectivamente, en la siguiente semana arrestaron a varias personas del Comité de Diálogo. Contacté con El Bakay y decidimos marcharnos de El Aaiún, allí no estábamos a salvo. Escapamos gracias a gente con experiencia en el contrabando.
¿Contrabandistas?
Bueno, más bien estraperlistas, personas que saben cómo esquivar el bloqueo económico de Marruecos. La harina, el azúcar, el tabaco, el aceite… todo eso está controlado por el ocupante. Este tipo de gente estudia continuamente cómo saltarse los límites que impone ilegítimamente Marruecos y romper el bloqueo. La primera en salir fui yo. Un mes y veinticinco días después me reuní con mi marido. Esos primeros seis meses no salimos del desierto. Nuestras dos hijas, de dos y ocho años, quedaron con mi familia. A la mayor la sacaron de la escuela por miedo a las represalias.
Pero tras medio año separados decidieron retomar el contacto con su familia…
Visitamos a nuestra familia, pero nos quedamos a dormir en el recinto para los animales. La segunda noche sentimos que llegaba un convoy de coches. Apagamos corriendo la vela que teníamos. Seis o siete coches daban vueltas todo el rato a la casa, pero no hicieron nada más que llevarse a una persona de nuestra familia para interrogarla.
¿Por qué motivo les buscaban a usted y a su marido?
Teníamos dos órdenes de búsqueda (cada uno) por asesinato. Era peligroso quedarnos allí, por eso nos marchamos, primero a Bojador y luego a Dajla (antigua Villa Cisneros). Allí conseguimos un 4×4 con el que mi marido cada semana podía trabajar de transportista y conseguir algo de dinero. Pero los ‘Sucesos de Dajla‘ hicieron que se esfumara pronto el sueño. Los colonos fueron primero a por los todoterrenos de los saharauis porque saben que es una de las pocas alternativas de empleo, para logística o pastoreo, puesto que la principal actividad económica, la pesca, nos está vetada. Dejamos allí el coche y marchamos hacia Agadir, mil doscientos kilómetros al norte. Una huida difícil porque necesitábamos un médico para mi marido, pero no lo conseguimos porque hubiéramos levantado sospechas. Llegó la época más dura: sin trabajo, sin casa, sin saber de la familia… yendo de pueblo en pueblo.
¿Cuál era su motivación en toda esa huida?
Seguir juntos hasta el final, por nuestras hijas. Hasta que nos llegó el rumor de que ya no nos buscaban. Empecé a trabajar con otras mujeres. Llevábamos dos años sin nuestras niñas y decidimos ir a verlas. Estuvimos durante julio y agosto de 2012 con ellas, pero en septiembre detuvieron a mi marido. Estuve a punto de volverme loca. No puedo encontrar en otro lado lo que siento con él, lo que él me da. Creí que no lo iba a soportar. Cuando lo arrestaron pensé en entregarme. Logré hablar con él en el traslado de la comisaría a la gendarmería y me dijo “tienes que continuar fuera, tienes que ir con las niñas, ¡lárgate!”. Yo me quedé llorando. Una prima suya fue a verle y por poco la detienen pensando que era yo. Escapé superando controles y cordones de seguridad en varios taxis. Durante tres meses me escondí en una jaima situada en una azotea.
¿La orden de búsqueda contra usted seguía en pie?
Un conocido que nos ayudó mucho me dijo que había hablado con la policía y que garantizaban que no me iban a meter a la cárcel para que las organizaciones humanitarias no se les echaran encima al dejar a las niñas solas. El 31 de diciembre tomé la determinación de ir a las autoridades para comprobarlo por mí misma. Llamé por teléfono a esta persona que nos estaba apoyando y le dije “estoy en la brigada de la gendarmería, te llamo para que, si me hacen desaparecer, por lo menos alguien lo sepa”.
¿Cuál fue la reacción de los gendarmes?
Creyeron que era una loca. Me pidieron la documentación, pero la había perdido toda en el desmantelamiento de Gdeim Izik. Estaban desconcertados y llamaron a un coronel, que también preguntó si yo era una loca. Dijo “no la toquéis, llamad a una mujer para que examine si lleva algo (una bomba) bajo la melfa”. Evidentemente, no llevaba nada. Me rastrean en la base de datos y descubren las dos órdenes de búsqueda, una por asesinato y otra por homicidio involuntario. Toda la maquinaria del Majzén se pone en marcha: llaman a El Aaiún y luego a Rabat. Tras interrogatorios de muchas horas conseguí unos papeles que hacen que no me afecten esas órdenes de búsqueda.
Entonces, ¿dejaron ir a una “presunta asesina” como si nada?
El Sáhara está gestionado a merced del carácter y capricho de unos cuantos generales marroquíes. Tanto en mi caso como en el de mi marido y los otros 25 presos políticos de Gdeim Izik lo más doloroso es que no existen pruebas para que un tribunal militar dicte condenas de cadena perpetua o décadas de encarcelamiento. No estamos en contra de la justicia, creemos en la justicia igual que creemos en la inocencia de todos ellos. Y por ella vamos a seguir trabajando y a continuar con ellos hasta el fin