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Libertades y derechos
Asesinado dos veces
Desde una jaima instalada en la azotea de una casa de Arrecife (Lanzarote), los hermanos de Said Dambar continúan reclamando justicia. Una de sus hermanas, Yamila, visitará en las próximas semanas Zaragoza. Denuncian que tres meses después del asesinato del joven saharaui por la policía marroquí, todavía no han podido ofrecer sagrada sepultura al cuerpo de Said, lo que para ellos representa no sólo la muerte física, sino también la espiritual.
La jaima en homenaje a Said, en una azotea en Lanzarote
Blanca Enfedaque (Lanzarote)
Miércoles 20 de abril de 2011.
El pasado 21 de diciembre, el joven saharaui Said Dambar salía de ver un el partido del Barcelona contra el Athletic de Bilbao de un cibercafé en El Aaiún, en los territorios ocupados por Marruecos. A pesar de que el partido finalizó alrededor de las 22 horas, la primera noticia que tuvo su familia sobre el paradero de Said fue a las tres de la madrugada, cuando varios policías vestidos de civil llamaron violentamente a la puerta del domicilio familiar.
Reclamaban su documentación marroquí, alegando que se había opuesto a una identificación y que se encontraba en las dependencias del gobernador (wali) de El Aaiún. Allí se llevaron a su hermano mayor, Mohamed, al que se le informó sobre un altercado entre Said y la policía al que “el gobernador trató de quitar importancia y comprar su silencio”, tal y como narran sus hermanos.
No fue hasta dos días más tarde cuando su familia conoció la verdad: Said se encontraba en la morgue del hospital con un tiro entre ceja y ceja y otro en el corazón.
Hoy, más de 120 días después, su cuerpo continúa retenido en el depósito de cadáveres, sin haberse realizado ningún examen forense, impidiendo cualquier denuncia sobre lo sucedido. De este modo, su muerte no sólo ha sido física, sino espiritual, puesto que el Islam, religión practicada por la familia, indica que el cuerpo fallecido debe recibir sagrada sepultura en los tres días siguientes a la muerte. “No está ni con los vivos ni con los muertos”, se lamenta su hermano Lehbib, “es la primera vez que Marruecos se atreve a hacer algo así”.
Para sus allegados, a la amargura sentida se suma un agravio: “se trataba del menor de la familia, en el que estaban depositadas las esperanzas –relata su hermano Khalil. Said era licenciado en Economía y posgraduado en la Universidad de Fez, deportista, respetuoso con sus padres y trabajador en el Ayuntamiento de El Aaiún. Defendía la causa de su pueblo pero no era un activista. Su asesinato ha sido una medida ejemplar para otros jóvenes saharauis, transmitiéndoles el mensaje de que da igual lo que traten de prosperar, siempre estarán amenazados por el hecho de ser saharauis”.
La angustia de no saber
Sembrar la incertidumbre es otra de las estrategias utilizadas por las fuerzas de seguridad marroquíes. Durante los dos días siguientes al 21 de diciembre, la familia de Said se apostó en la puerta del hospital Ben El Mehdi, incluidos sus padres, de 90 y 76 años. El goteo de noticias era confuso y contradictorio. Tras escuchar historias sobre que estaba hospitalizado por una riña callejera, que necesitaban permiso para ser operado, que se recuperaba favorablemente… finalmente, su hermana consiguió acceder al depósito de cadáveres y logró grabar con la cámara de su teléfono móvil imágenes del cuerpo de Said en las que se evidencia que la muerte fue por disparos, uno de ellos en la frente. “Ella también pudo ver que antes de dispararle le maltrataron, porque tenía los ojos verdes y la ropa rota”, recuerda Khalil.
El miedo a la represión marroquí hace callar a los testigos que presenciaron los hechos y que oyeron los disparos, pero la familia de Said Dambar comprende la situación y no se amedrenta por ello. Resiste fuertes presiones externas, que tratan de forzarles a aceptar un pacto que ocultaría todo lo sucedido. “Nos ofrecen trabajo para todos los hermanos a cambio de entregarnos el cuerpo amortajado, completamente tapado, para enterrarlo de noche y sólo en presencia de la familia más cercana”, asegura Lehbib. Mientras, Khalil añade: “incluso envían a gente que dice a mis padres que el hospital está sufriendo cortes de luz, por lo que las neveras no pueden evitar la descomposición del cuerpo de Said con el único propósito de sembrar la duda y forzarnos a aceptar el trato”.
Nada de esto va a conseguir callar la voz de esta familia saharaui. Pese a que participaron en el campamento de Gdeim Izik, como otras miles de familias, vivían integrados en la sociedad de El Aaiún. “La sangre de un hijo del pueblo saharaui no tiene valor a estas alturas. Lo único que cuenta es su dignidad”, afirma rotundo Khalil.
“Hoy, la lucha pacífica de la familia de Said, reclamando verdad y justicia, se centra en conseguir apoyos institucionales, como el recibido por el Cabildo de Lanzarote. Asimismo, preparan una querella que será presentada en la Audiencia Nacional española y recogen firmas para hacer más fuerte su grito exigiendo que se castigue a los culpables y se conozca la realidad de lo sucedido”, asegura José Morales, representante del Espacio Sahara de Lanzarote.
Por otro lado, Bachir Mansur, portavoz de la comunidad saharaui en Lanzarote, se muestra optimista por la coyuntura internacional tras los alzamientos en el norte de África. “La chispa de la libertad saltó en Gdeim Izik”, asevera Mansur. “Estamos pendientes de que se dote de competencias en derechos humanos a la misión de la ONU en el Sahara (MINURSO), si eso sucede, habrá muchos otros campamentos de la libertad”.
Se desvanece la esperanza del reencuentro
La última vez que Khalil vio a su hermano Said fue cuando éste tenía tres años, en 1987. En ese momento, la familia decidió trasladar a varios de los hermanos a los campamentos de refugiados, bajo el cuidado de la abuela, mientras que otros permanecieron en El Aaiún. Desde entonces, y pese a la distancia y al muro de la vergüenza, la familia construyó fuertes lazos alimentados con llamadas telefónicas o conversaciones vía Internet.
Esta es la historia de miles de familias separadas por el muro construido por Marruecos. La mayoría de ellas sigue adelante con la esperanza del reencuentro. La de Said Dambar, a partir de ahora, lo hará exclusivamente con el ánimo de esclarecer lo sucedido y con la fuerza que otorga el saberse defensor de la justicia.
Durante un tiempo, algunos de los hermanos, como Khalil y Lehbib, residentes en Lanzarote, instalaron una jaima con capacidad para 100 personas junto al Charco de San Ginés, en Arrecife. Allí recibieron la solidaridad de cientos de ciudadanos. Mientras, su hermana Yamila se está desplazando por distintos lugares de la península y de Europa para contar su lucha. Está previsto que en las próximas semanas visite Zaragoza para encontrarse con simpatizantes del Pueblo Saharaui. Desde Lanzarote, por el momento, el homenaje personal que han rendido a Said ha sido montar una jaima en una azotea. Para los descendientes de los hijos del viento la jaima es un símbolo de hogar, de lucha. Un homenaje a Said.
Al cierre de este reportaje, la embajada marroquí guarda silencio ante las peticiones de información sobre este caso.
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